Fumar crack es fumar miedo y volverse adicto al pánico. Así dicen, uno tras otro, los tres hombres internados en una casa hogar de Comayagüela, la ciudad gemela y empobrecida de Tegucigalpa. White, Angel y David comparten algo, un día probaron «la piedra» —el otro nombre del crack— y desde ese momento no pudieron dejar esa droga, derivada de la cocaína, cortada con bicarbonato y agua, quemada en una cuchara, hecha piedra y fumada en una pipa que, en Honduras, suele ser la antena robada de un carro. Es la cocaína de los pobres.
Vivir aquí es vivir en medio del narcotráfico y del miedo. Así dijeron también los miembros de una comunidad ubicada en la costa caribeña, en Colón, el departamento donde las autoridades erradicaron más cultivos de coca en los últimos diez años.
Cuatrocientos kilómetros separan el Distrito Central del departamento de Colón, pero ambos lugares cuentan la historia de un país atrapado entre las garras del narcotráfico. En diez años, Honduras pasó de ser un simple corredor para el tránsito de la droga a ser un cultivador de planta de coca y productor de una cocaína de dudosa calidad que se queda acá, nutriendo el consumo local, según cuentan fuentes policiales.
Comayagüela: resistiendo al llamado de «la piedra»
Ángel se sienta en una silla plástica en la sala principal de una casa hogar para alcohólicos y drogadictos, y empieza avisando que «antes no era así», que antes era gordo, pero que el crack lo hizo adelgazar. Tiene 29 años, fue albañil, tiene cuatro hijos pero no los ve mucho. Cuenta que no sólo fue un consumidor de piedra, sino también una mula para la Mara Salvatrucha (MS-13), la mafia que controla el territorio y el negocio de las drogas del barrio donde vivía.
Empezó a consumir piedra a los 16 años después de una separación con su novia. Compraba en su barrio hasta 3,000 lempiras de piedra por semana aunque su salario como albañil era de 500 lempiras al día . Para dar una idea de lo mucho que consumía, una piedra —que produce un minuto de «alivio»— cuesta en Tegucigalpa entre 50 y 70 lempiras. Para Ángel eran unas 50 piedras a la semana, o bien, una piedra cada tres horas.
Pronto le faltó el dinero y empezó a robar taladros, pulidoras y sierras de su trabajo para poder comprar crack. Después perdió su trabajo. Empezó a trasladar droga a diferentes puntos de Tegucigalpa para la Mara Salvatrucha. Lo hizo tres años hasta que la MS-13 le propuso entrar oficialmente en las filas de la estructura criminal. Rechazó la propuesta, pero después entendió que no era una oferta sino una orden. Ángel ya sabía demasiada información sobre el negocio. Huyó de Tegucigalpa para que no lo mataran. Se fue hacia el sur del país, a una ciudad donde no conocía los puntos de venta de crack así que empezó a comprar cocaína y comérsela porque inhalada no le daba los mismos efectos que el crack. Pero la cocaína era cara, más de 100 lempiras el gramo y nunca le «asustaba» como lo hacía la piedra. A los meses encontró crack en Choluteca. Pasaron los años y por fin supo que todos los que lo amenazaban de la MS-13 habían sido asesinados, por lo que decidió regresar a la capital.
Colón: de las narcopistas a las plantaciones y laboratorios de coca
El municipio de Limón está casi en la frontera que divide el departamento de Colón y el inicio de la selva hondureña, la Moskitia, en el departamento de Gracias a Dios. Todas las carreteras ahí son de tierra y desde esos difíciles caminos lo que se ve en el horizonte es palma aceitera, centenares de hectáreas de tierra que pertenecen a poderosos empresarios del sector agroindustrial como los Facussé, propietarios de la empresa Dinant. Más atrás, en las montañas de Limón, se esconden los cultivos de coca.
Desde hace décadas, esta ha sido una tierra en disputa por ser el punto de llegada de las lanchas o de las avionetas cargadas de cocaína desde Colombia. Incluso en esa zona, varias comunidades pertenecientes a pueblos originarios con títulos comunitarios han tenido que pelear para recuperar hectáreas de tierra y arrancarlas de las manos de terratenientes y narcos que por mucho tiempo han usado esas tierras para narcopistas, bodegas y otras necesidades logísticas del trasiego de drogas. Estas comunidades ahora, además de ser testigos del «trajín» habitual (como llaman al traslado de cocaína), tienen que vivir en medio del auge de los cultivos de coca en la zona.
Desde aproximadamente el 2010, los cárteles de droga colombianos comenzaron a experimentar con el cultivo de la planta de coca en Honduras con el apoyo de estructuras criminales hondureñas, según un ex agente de la Dirección Nacional Policial Antinarcóticos (DNPA) cuya identidad protegemos por motivos de seguridad. La DNPA fue creada en 2018 y sus agentes encontraron las primeras plantaciones a inicios del 2020, mayoritariamente en los municipios de Iriona y Limón. Según este policía, la creación de esta institución fue tardía ya que hacía más de diez años que el fenómeno había iniciado pues otras autoridades, como las fuerzas armadas, ya habían descubierto cultivos de coca desde 2012.
Entre 2012 y 2023, el Ministerio Público de Honduras investigó 42 cultivos de coca y 15 narcolaboratorios, de los cuales un 47% se concentra en el departamento de Colón, la mayoría en el municipio de Limón. Los datos de la la DNPA confirman la intensidad del problema, pues entre 2020 y 2023, tan solo en el departamento de Colón, fueron erradicados 28 cultivos de coca y desmantelados 28 narcolaboratorios, la mayoría de ellos en Iriona.
No sorprende que cultivar coca parezca ser una actividad ilícita más en un país cuyo expresidente fue extraditado a Estados Unidos por cargos de narcotráfico; sin embargo, cultivar y procesar coca no fue un camino obvio, ni siquiera para los propios narcotraficantes. Por ejemplo, cuando el narco hondureño Geovanny Fuentes tuvo la idea de crear su propio narcolaboratorio, no recibió el apoyo que esperaba. Una intervención telefónica que sirvió de prueba en su juicio en Nueva York demuestra que su compatriota Leonel Maradiaga, líder de la banda criminal Los Cachiros que operó en Colón, no quiso colaborar con él ya que consideraba que era más barato traer la cocaína ya preparada desde Colombia. El líder de Los Cachiros sostenía que era mejor simplemente mover la droga de Colombia a México; el trasiego era en aquel momento el único horizonte del narcotráfico en Honduras.
Pero si al principio hubo escépticos sobre la posibilidad de cultivar coca en Honduras, al día de hoy se puede decir que la apuesta experimental fue exitosa. A nivel nacional, de enero a agosto de 2023, se han erradicado 3.5 millones de arbustos de coca según comentó a Contracorriente el General Juan Manuel Aguilar Godoy, director de la Policía Nacional: «Hace unos diez años atrás no imaginábamos que se iba a cultivar coca en Honduras, en la actualidad estamos viendo enormes plantaciones».
La hoja de coca no se vende y debe ser procesada dentro de las siguientes doce horas después del corte para que no se pierda su componente activo. Por eso, a la orilla de las plantaciones, hay siempre una edificación rústica, llamada «laboratorio», que sirve para preparar la pasta de coca. El proceso para obtener cocaína es el siguiente: primero, se pica la hoja de coca y se mezcla con gasolina, cal y agua para que se desprenda el componente activo. El resultado se conoce como pasta base o sulfato de cocaína. Bajo esta forma, se puede trasladar a cualquier punto del mundo donde haya un laboratorio de cristalización equipado con prensas y microondas para extraer la humedad, y con químicos para convertir la pasta en una sal llamada clorhidrato de cocaína.
Según diversas fuentes policiales, el único problema de la cocaína catracha es que es de «mala calidad», y por lo tanto sirve para abastecer más que todo el mercado nacional.
«Los laboratorios están en barrios de ricos»
Siendo colaborador de la MS, Ángel conoció algunos de los laboratorios de cristalización en la capital. Le tocaba ir a buscar los productos y despacharlos hacia diferentes puntos de venta. Uno de ellos quedaba en la residencial Altos del Trapiche, una de las residenciales más lujosas de Tegucigalpa.
«Honduras tiene laboratorios de cristalización, pero hasta el momento no se ha incautado uno», nos dijo la fuente de la DNPA, antes de justificarse diciendo que «lo sabemos por información de inteligencia, pero nunca hubo operativos. Esos laboratorios son más difíciles de encontrar porque pueden estar en cualquier casa y en cualquier ciudad». Reveló también que normalmente «en estos laboratorios, los cocineros casi siempre son colombianos».
Si bien la DNPA nunca desmanteló un laboratorio de cristalización, otras unidades de la Policía Nacional sí lo hicieron. Hubo por ejemplo un operativo en una zona residencial adinerada de San Pedro Sula, donde más de 10 kilos de cocaína, relacionados con la MS-13, fueron incautados por las Fuerzas Anti Maras y Pandillas. Asimismo, en la residencial Altos del Trapiche fue arrestada en 2016 una mujer que escondía 80 libras de precursores químicos en su casa.
White, de 36 años, es ex obrero en la plomería y ex adicto al crack. Conoce bien el proceso de transformación de la materia prima ya que aprendió a «cocinar» la cocaína para hacer crack. «Las maras y pandillas controlan el negocio. Compran por ejemplo 50.000 lempiras de cocaína, la hacen piedra y se ganan el triple». Aseguró que tanto el Barrio 18 como la MS-13 tienen laboratorios.
Con territorios estrictamente divididos en los barrios, el peligro para los que consumen es saber a quién comprar y nunca equivocarse;: «tienes que comprar a la estructura que controla tu barrio porque si se enteran de que compraste en otro punto te pueden matar», dijo White.
El punto ciego es saber cómo funcionan exactamente los vínculos entre los cárteles que participan del narcotráfico y las maras y pandillas que se encargan del narcomenudeo.
Debajo de la coca agoniza la tierra
En los últimos años, las erradicaciones de cultivos de coca se han hecho recurrentes, pero rara vez los operativos terminan en detenciones. Según la fuente de la DNPA, los carteles utilizan tierras nacionales de difícil acceso para sembrar y por eso es imposible rastrear al propietario del terreno. Cuando las autoridades llegan en helicóptero a los cultivos, no encuentran a nadie y se conforman con arrancar a mano los arbustos que pueden llegar a medir 1.50 metros. Para arrancar 8 manzanas de plantas de coca, tardan entre una semana y quince días, ya que cada manzana cuenta un promedio de 7000 arbustos.
La erradicación manual es el método más ecológico y eficaz para deshacerse de una planta que, al contrario, no tiene nada de amigable con la tierra.
«La coca es muy rentable ya que se cosecha cuatro veces al año —contó un biólogo que solicitó proteger su identidad por temor a represalias — pero para obtener estos resultados hay que fertilizar muchísimo, aplicar herbicidas y pesticidas. Daña profundamente los suelos. Después de unos quince años de cultivo intensivo, la tierra se vuelve infértil y es irrecuperable».
El biólogo vivió en una región en la que se cultiva mucha coca en América del Sur. Le preguntamos cómo este cultivo andino pudo llegar hasta acá, en el trópico, y específicamente en Iriona y Limón, dos municipios cerca del mar donde las montañas no son tan altas, pues la más alta de la zona alcanza solamente los 720 metros sobre el nivel del mar.
«La planta conoció una modificación genética. Es un proceso natural, pero se puede realizar también en laboratorios para adaptarla a diferentes condiciones. Es un proceso barato pero que lleva su tiempo», explicó el biólogo.
Según el biólogo, en Perú, por ejemplo, se solía cultivar coca en la «ceja de selva», una zona ubicada entre la sierra y la selva. Generalmente es entre 1000 y 2000 metros sobre el nivel del mar que la coca manifiesta todo su potencial genético. Sin embargo, para escapar al control de las autoridades y porque el suelo se volvió infértil, los agricultores migraron y así es como se empezaron a ver cultivos a 200 metros sobre el nivel del mar.
Sin embargo, resaltó que en la parte de la amazonía peruana donde hace veinte años el Gobierno erradicó la coca, la alternativa para los agricultores fue la palma africana. La misma que se expande por decenas de hectáreas en Colón en donde se cruzan varias zonas de reserva.
Del cultivo al consumo: el ciclo del miedo
Colón es uno de los departamentos más violentos de Honduras por sus conflictos agrarios y la enraizada presencia del narcotráfico. Entre 2013 y 2023, ocurrieron 2,154 homicidios, según la Secretaría de Seguridad.
Podemos también medir la violencia a través de los datos proporcionados por la Red de Defensoras de Derechos Humanos en Honduras. El informe de monitoreo de agresiones contra defensoras revela que, en septiembre de 2023, el 78% de las agresiones se dieron por defender la tierra y el territorio y que la mayoría de estas ocurrieron en el departamento de Colón (51%).
En total, entre 2013 y 2023 se registraron 1.796 agresiones a defensoras en el departamento, incluyendo hostigamiento, amenazas, vigilancia e intentos de asesinatos. Lo alarmante es que la tendencia empeora, ya que, mientras que en 2022 hubo 146 agresiones, tan solo entre enero y septiembre de 2023 la cifra alcanzó 505 agresiones. Los principales perpetradores de esta violencia son policías, empresarios y terratenientes que pueden ser o no miembros del crimen organizado.
En el otro extremo de esta cadena humana de infortunios, también hay miedo, pero es uno que te seduce, te atrapa, te devora.
En la silla plástica de la casa hogar de Comayagüela, David reemplazó a Ángel y a White en nuestra conversación. Tiene 32 años, lleva una gorra azul marino y sonríe mucho. Registra orgullosamente tres meses sin tocar nada, ni alcohol ni crack. Cuenta que vivió un tiempo en Estados Unidos y probó muchas drogas, teniendo un cierto «control» porque eran drogas «de fiesta» y de consumo ocasional; pero de vuelta a Honduras, la única droga que podía comprarse era la piedra, esa cocaína empobrecida. «Es mucho más fuerte y más barata. Te vuelves loco. Te quemas los labios de la desesperación, lo vendes todo para conseguirla, ahí ya no hay nada de social, nada de fiesta. Con la piedra es “yo y la vaina”. Nada más existe en el mundo.»
En ese mundo, David tenía siempre la aguda sensación de que alguien venía a matarlo, a robar su dinero o que la policía venía a arrestarlo. Entonces, como sus compañeros de la casa hogar, terminó diciendo lo que parece ser una verdad general en Honduras: «Por fuerza me volví adicto a la zozobra».
La investigación en Honduras fue realizada gracias al apoyo del Consorcio para Apoyar el Periodismo Regional en América Latina (CAPIR) liderado por el Institute for War and Peace Reporting (IWPR)
Este artículo es parte de NarcoFiles: el nuevo orden criminal, una investigación periodística transnacional sobre el crimen organizado global, sus innovaciones, sus innumerables tentáculos y quienes los combaten. El proyecto, liderado por el Organized Crime and Corruption Reporting Project ( OCCRP) con el apoyo del Centro Latinoamericano de Investigación Periodística (CLIP), se inició con una filtración de correos electrónicos de la Fiscalía General de La Nación de Colombia que fue compartida con más de 40 medios de comunicación en todo el mundo. Los periodistas examinaron y corroboraron el material junto a cientos de documentos, bases de datos y entrevistas.