En 2005 Venezuela cayó rendida ante China que recién desembarcaba en América Latina y, animada, impulsó decenas de proyectos en simultáneo con el dinero fresco que inyectó Beijing. El gobierno creyó que pagaría estos créditos del gigante asiático respaldado en los números sólidos de la producción petrolera de entonces. Algunos años después se concretó la alianza sinovenezolana y, entre 2010 y 2013, negociaron jugosos contratos multimillonarios en dólares y yuanes, custodiados por parte de Venezuela principalmente por dos mujeres: Edmée Betancourt y Rocío Maneiro.
Venezolanas, comprometidas con la causa revolucionaria que pregonaba el entonces presidente Hugo Chávez, bien por convicción o porque habían heredado una responsabilidad histórica, ambas extendieron el abrazo de las relaciones estratégicas con China: Betancourt, desde la presidencia del Banco de Desarrollo de Venezuela (Bandes) y Maneiro desde la Embajada de Venezuela en Beijing.
El resultado de aquella estrategia, hoy con decenas de proyectos apenas comenzados o a medio hacer, demostró que ni Betancourt fue Christine Lagarde, la brillante economista francesa que dirigió el Fondo Monetario Internacional (FMI) y ahora encabeza el Banco Central Europeo (BCE), ni Maneiro fue Madeleine Albright, la destacada diplomática que fue Secretaria de Estado en la administración de Bill Clinton.
Lo que ocurrió entre 2010 y 2013 bajo la mirada de estas dos mujeres fue un desbarajuste, que tal vez no ocasionaron pero sí que lo presenciaron. Con los yuanes y petrodólares que parecían que iban a llover por décadas, se les hizo fácil hablar de la realización de 675 proyectos por 313.400 millones de dólares financiados nada más que por uno solo de los fondos binacionales, el de Largo Plazo.
Maneiro y el desconcierto
Las comunicaciones internas desde el Bandes, presidido por Edmée Betancourt, con la Embajada de Venezuela en China, liderada por Rocío Maneiro, muestran que ambas percibieron la temprana incomodidad de los socios chinos con la informalidad de la parte venezolana. los términos del contrato de financiamiento del Fondo Chino.
En particular expresaron sus molestias con los desembolsos que se destinaban para los proyectos que debían ser ejecutados con recursos aportados por la propia China al fondo de Gran Volumen y Largo Plazo, iniciados en 2010. Los funcionarios chinos exigían certeza en el cumplimiento de las obligaciones, al punto de resistirse a continuar los macroproyectos si no se les garantizaba la totalidad de los montos estipulados en los contratos.
Esas comunicaciones entre ambas funcionarias forman parte de los documentos a los que Armando.info tuvo acceso sobre las negociaciones que Caracas y Beijing sostuvieron de 2009 a 2012 para pactar proyectos de cooperación para el desarrollo. El examen de esos documentos dieron lugar a la serie El Joropo del dragón, de la que el presente reportaje es la quinta y penúltima entrega. Armando.info cubrió y publica las historias de la serie en alianza con el Centro Latinoamericano de Investigación Periodística (Clip) y el apoyo de reportería adicional por parte de Diálogo Chino.
En 2011, la Gerencia Ejecutiva de Fondos para el Desarrollo del Bandes dirigió una comunicación a Betancourt, la presidenta del ente financiero, para informar que la Comisión Nacional de Desarrollo y Reforma de China (CNDR) -el más importante órgano de planeación de China- había sido “muy enfática en no aceptar proyectos en los que los montos aprobados sean menores a los contratados”. Esto fue a propósito del proyecto de la planta de generación termoeléctrica Fase 1, de 972 MW, que ejecutaban en conjunto Sinohydro y Pdvsa.
Las reuniones de alto nivel eran laxas y amables, pero las operaciones reales luego a nivel gerencial eran confusas, y las cartas que iban y venían, un rosario de reproches.
Desde el inicio, los términos de la negociación del fondo bilateral no estuvieron claros ni obedecían a una relación de confianza comercial puertas adentro. Los venezolanos estaban apurados en obtener las divisas, mientras que los chinos estaban interesados en la capacidad de ejecución y la planificación.
De acuerdo a las minutas oficiales, el Fondo Conjunto Chino Venezolano sostuvo en un período de dos años alrededor de 600 reuniones informativas y casi un centenar de reuniones operativas con los diferentes involucrados y ejecutores. Los prestamistas estaban exigiendo un nivel de precisión que los responsables venezolanos no supieron darles y quien intentaba maniobrar al medio era Rocío Maneiro, hasta que se incorporó Betancourt en el Bandes.
El esfuerzo de Betancourt -la “ministra china” como llegó a llamarla el comandante Hugo Chávez por su destacado rol en las negociaciones- hacía de operadora financiera. Detrás de ella se escudaba un complejo entramado burocrático cuya capacidad de respuesta e incidencia dependía del precio del petróleo, así como de las propias voluntades de quienes participaban en las reuniones: representantes del Banco Central de Venezuela (BCV), la estatal petrolera Pdvsa, ministerios y bancos. Hasta Asdrúbal Chávez, primo del fallecido presidente y para entonces vicepresidente de Refinación, Comercio y Suministro de la petrolera -luego escalaría hasta el cargo de titular del Ministerio de Energía, así como a la presidencia de Pdvsa-, estaba presente en los encuentros. Pero quien daba la cara ante los representantes de la Comisión Nacional de Desarrollo y Reforma (CNDR) y el Banco de Desarrollo Chino (CDB) era Maneiro, que usaba la diplomacia para lidiar con las preocupaciones y ofrecer respuestas.
Los despachos de Betancourt y Maneiro estaban en comunicación directa. Los oficios tenían la regularidad de cartas de amantes lejanos, tratando de encontrar salida al torbellino que se avecinaba y que ambas presentían. Maneiro aludía a los silencios del entonces ministro de Planificación, Jorge Giordani, mientras que por el otro lado prometía reuniones de alto nivel con los prestamistas chinos. Betancourt, por su parte, solicitaba a la embajadora “sus buenos oficios para solucionar un asunto relativo a los desembolsos” de algunos proyectos previstos para ser ejecutados y que en Venezuela tuvieron mucha propaganda, como la generación eléctrica en el país, pero que no daban señales de avance real
La embajadora respondía rápido con la angustia a cuestas. Sus cartas eran sobrias y afiladas: solicitaba información adicional sobre lo firmado por el presidente Chávez, mientras los socios chinos le pedían explicación de los proyectos convenidos. Quizás en el pasado tenía una comunicación más directa con el mandatario revolucionario, pero los últimos años de vida del “comandante” -aquejado por un cáncer agresivo del que no se supo suficiente detalle- debilitaron la fuerza del militar y dieron más poder a terceros que fueron cerrando el círculo. Por lo que se lee, Maneiro parecía sentir que la lanzaban a negociar con dragones y buscaba, por lo menos, un as para tener bajo la manga y conseguir un acuerdo.
El 19 de mayo de 2011, por ejemplo, Maneiro escribió a Betancourt: “Expliqué las reservas de la CNDR sobre algunos de los 28 proyectos y solicité la atención de las autoridades venezolanas competentes sobre esta situación, a fin de evitar dificultades para el desembolso de los recursos, y por ende, para el desarrollo de los proyectos (…) Considero sumamente importante contar, antes de mi reunión del martes 24, con alguna información”. El subrayado en la carta destacaba la urgencia del caso.
Los chinos tuvieron sus reservas en varias oportunidades, según los oficios que circularon, y así se lo hicieron saber a la diplomática. Cada día sin respuesta agravaba las relaciones con los ejecutivos asiáticos del Banco de Desarrollo y la CNDR, y el mutismo de la parte venezolana sobre algunos proyectos en cuestión llegó a prolongarse por seis meses. Un caso, por ejemplo, era el contrato suscrito entre la empresa CVG Ferrominera Orinoco con la estatal china Wisco y la filial venezolana de China Railway Engineering Corporation de Venezuela.
“La CNDR solicita una aclaratoria (…) y sugiere que continúen las negociaciones con las empresas señaladas para concretar los contratos y avanzar en la ejecución de los fondos de financiamiento asignados”, escribía la embajadora Maneiro, a la par que explicaba sobre otros casos en los que no había contrato firmado.
Betancourt, el despacho tormentoso
Edmée Betancourt no se había destacado demasiado en su labor previa de ministra de Comercio, pero tampoco se le conocieron allí errores garrafales. Era muy activa y un día se le veía inaugurando la fábrica Venezolana Industria Tecnológica (VIT) para ensamblar computadoras, al otro día hablando de la Empresa Socialista de Pañales que le llamaron El Guayuco. En 2003 fue viceministra de Industria, y dos veces estuvo en la cabeza del Ministerio de Comercio, en 2005 y 2011.
Antes de eso, la ingeniera nacida en Valencia, en el centro norte del país, había sido profesora titular de la Universidad de Carabobo, y en ese espacio académico entabló una amistad con la abogada Blancanieves Portocarrero, quien fue ministra del Trabajo. En 2002 la invitó a hacer parte del Ejecutivo. Ambas estuvieron vinculadas al movimiento político de izquierda que reivindicaba las ideas de la autodenominada Revolución Bolivariana y lograron visibilidad ante el líder chavista.
Cuando Betancourt recibió las riendas del Bandes el primer día de enero de 2010, lo hizo con el equipo humano que ya estaba allí. Al banco llegó sin mayor tiempo para empaparse de todas las reformas tributarias y legales que se habían hecho en Venezuela; mucho menos de reformar estas normas para adaptarlas a las exigencias chinas. Por su oficina pasaban informes ejecutivos sobre las diferentes negociaciones, prácticas administrativas, trámites arancelarios, recovecos legales y últimos plazos. Era una bisagra entre varias instituciones y distintos poderes económicos, entre los que se encontraba el equipo del exministro de Planificación, Jorge Giordani, a la vez mentor y uno de los más cercanos colaboradores del Chávez.
Ni Edmée Betancourt pensó en dedicarse al comercio y las finanzas, ni Rocío Maneiro a las negociaciones diplomáticas, pero fue la tarea que el chavismo les asignó. Las mujeres entraron en un círculo de confianza estratégico y manejaron las relaciones comerciales entre China y Venezuela, así como una inverosímil cantidad de dinero, distribuida en distintos fondos paralelos, sin fiscalización ni auditoría.
Los documentos que pasaban por las manos de Edmeé Betancourt como presidenta de Bandes concluían con recomendaciones condensadas en dos líneas. La Gerente Ejecutiva de Finanzas y Administración de Fondos del banco, bajo su mando, era María de los Ángeles González, autora de numerosos puntos de cuenta dentro de la institución que llegaron a las manos de la exministra. González fue luego detenida en 2013 en Estados Unidos tras confesar el manejo ilícito de los bonos de la deuda pública justamente en su paso por el Bandes. Fue condenada a prisión y ya cumplió el término de su pena.
Pero mientras esto llegaba a saberse, durante 2010 a 2012, los años de Betancourt en el banco, el intercambio de postales con China lucían interminables. Aunque se diseñaron manuales de normas y procedimientos, instructivos para la contratación de empresas y la ejecución de los desembolsos financieros relacionados con los proyectos del fondo binacional, eso no cubrió todos los vacíos legales e imprevistos que surgían por la novedad de trabajar en dólares, renminbis y bolívares. Así que el gobierno se iba ajustando a la par de las negociaciones con cierto desorden y escasa planificación.
Por ejemplo, en Bandes surgían requerimientos que debían atenderse “con premura”, como era la retención de impuestos relacionados con desembolsos del Financiamiento de Gran Volumen y Largo Plazo. El 26 de septiembre de 2011, cuando había varios proyectos en ejecución, Betancourt le solicitó al Banco de Desarrollo de China la “activación de un mecanismo financiero” que permitiera el cumplimiento de la normativa tributaria, por la que proponía calcular impuestos por adelantado para ser depositados en unas cuentas que el Bandes “abriría” en la oficina en Hong Kong del Banco de Desarrollo de China.
Por su parte, el 8 de abril de 2011 la embajadora Maneiro advertía al exministro Jorge Giordani sobre las preocupaciones expresadas por Zhang Ping, el entonces presidente de la junta directiva de la Comisión Nacional de Desarrollo y Reforma, así como presidente del capítulo chino de la Comisión Mixta de Alto Nivel Chino-Venezolana. Citaba, por ejemplo, “la lentitud en avanzar en las negociaciones” necesarias para identificar empresas y firmar contratos. Por otro lado, hablaba de “la falta de coordinación y de información precisa” que impedía que los dos socios estuvieran en la misma página, “sobre todo cuando se trata de montos en recursos financieros que no se corresponden con aquellos establecidos en los contratos suscritos”.
La muralla de la indiferencia
Cuando Nicolás Maduro asumió la presidencia, las damas chinas estaban próximas a pisar la séptima década de vida. Contemporáneas y elegantes, enfundadas en confecciones prêt a porter, seguían haciendo sus apariciones públicas, pero con vidas personales bastante reservada. Casi nada se sabe sobre ellas, más allá de que Edmée Betancourt es madre de dos hijos y Rocío Maneiro de tres.
En 2013, a Betancourt le fueron asignadas nuevas tareas como presidenta del Banco Central de Venezuela (BCV) y así llegó a ser la segunda mujer en alcanzar esta posición, después de la economista Ruth de Krivoy (1992-1994). También le correspondía ser la gobernadora principal ante el Fondo Monetario Internacional (FMI), pero el trato que recibió de Maduro no fue el mismo que de su antecesor. Tres meses después la despidió y a Edmée no se le volvió a ver en televisión.
Betancourt incurrió en un pecado capital revolucionario: habló de los niveles de corrupción en el estamento financiero de Venezuela. “Lo que se entregó en divisas el año pasado (2012) fueron cantidades muy considerables, pero también hay otra cantidad considerable de divisas que se llevó a empresas de maletín (…) Se pasaron entre 15 mil y 20 mil millones de dólares”, dijo en una rueda de prensa que aún recuerdan los periodistas presentes.
El murmullo colectivo se salió de control y en 24 horas Maduro la condenó al ostracismo. Padeció el mismo destino que el Monje Giordani -el asesor imprescindible de Chávez, desechable para su sucesor- que también hizo denuncias alusivas a la corrupción gubernamental en la asignación de divisas. Ambos fueron sometidos al olvido sin explicaciones, sin autocríticas públicas ni posibilidad de regresar.
La defenestración de Betancourt y Giordani no significó que, con Maduro en el poder, cesaran las negociaciones con China. En 2020 venció el acuerdo del Fondo de Gran Volumen que se firmó en 2010, que le dio a Venezuela 20.000 millones de dólares por una década. Rocío Maneiro continuó como embajadora en el país asiático y concurrente en Corea del Sur hasta finales de 2013, cuando el propio presidente Maduro aseguró que había solicitado el cambio por razones personales.
“Ha hecho un trabajo extraordinario, una mujer de gran lealtad al Comandante Hugo Chávez, a nuestra patria venezolana, ha sido constructora en estos diez años de servicio en China de estas relaciones históricas”, dijo el presidente venezolano sobre la embajadora, quien se convirtió un importante referente en las relaciones con el país asiático.
Su hermano Alfredo Maneiro, un notable personaje de la izquierda venezolana, también había visitado Beijing varias veces, aunque décadas atrás. Estuvo en la China de Mao en 1959, cuando era un joven dirigente del Partido Comunista de Venezuela (PCV), y en 1962 cuando era el Comandante Tomás del frente Manuel Ponte Rodríguez de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN), un grupo guerrillero venezolano de la época.
Las ideas de este filósofo neomarxista -fundador y cabeza pensante, luego, de La Causa R, hasta su prematura muerte en 1982, cuando todavía ni llegaba a los 50 años de edad- fueron ingrediente del pasticho ideológico de Hugo Chávez, y pareciera que también para Nicolás Maduro. Los discursos presidenciales de ambos han estado llenos de citas directas de Maneiro o ideas claramente inspiradas en él.
A diferencia de Betancourt, la embajadora Maneiro no salió por la puerta de atrás. En junio de 2014, antes de retomar sus funciones diplomáticas, le fue conferida la Orden Libertadores y Libertadoras de Venezuela Primera Clase Espada por “su servicio destacado a la Patria, que ha contribuido a la refundación de la nación venezolana”.
Entonces la diplomática pasó del mandarín al inglés británico, del socialismo asiático a un sistema parlamentario y monárquico, cuando asumió la embajada de Venezuela ante el Reino Unido.
Despachó desde el centro de Londres, en una modesta oficina. La crisis venezolana había llegado hasta allí. Personal diplomático de ese momento denunció que no estaban recibiendo sus pagos y que algunos habían pasado incluso varios meses sin sueldo.
No obstante, Maneiro no la estaba pasando tan mal y admitió haber pasado “unas vacaciones de lujo” en París, cuando declaró en una audiencia judicial.
Ante las quejas de los atrasos de pagos al personal de la embajada, alegó Maneiro “la Embajada ni la embajadora tienen nada que ver con la asignación y la administración de los recursos del pabellón venezolano en Shanghai”, según un comunicado que fue publicado en su momento. Se refería a una vieja polémnica con el ex vicecanciller Temir Porras a propósito de la participación venezolana en la Exposición Universal de Shanghai en 2010. Porras había centralizada todas las contrataciones y asignaciones de fondos para el evento en la capital comercial y financiera de China continental, dejando de lado a Maneiro; luego trascendería un informe de Maneiro sobre presuntas irregularidades administrativas de Porras. Ambos, Maneiro y Porras entonces trabajaban para el Ministerio de Relaciones Exteriores cuando el Canciller era el hoy presidente, Nicolás Maduro.
A principios de 2019, cuando Juan Guaidó asumió el interinato de la Presidencia de Venezuela, los escándalos de corrupción salpicaron directamente a la embajadora. El diario español El País publicó un reportaje investigativo en el que señalaba a Rocío del Valle Maneiro de haber ocultado cuatro millones de dólares en la Banca Privada de Andorra, el oscuro y colapsado banco de ese paraíso fiscal, moviendo el capital en cuatro cuentas de “sociedades instrumentales” creadas en Panamá por el mismo banco.
La cuantiosa suma fue registrada ante el banco como fruto de una “asesoría internacional de negocios” y las operaciones coincidieron con el ejercicio de sus funciones diplomáticas en China a partir de 2012. La Unidad de Inteligencia Financiera de Andorra afirmaba -según el medio español- que “los fondos tienen su origen en la corrupción de Venezuela”, pero Maneiro justificó ante un juez del principado que ese dinero era producto de “la venta de los derechos de una herencia en Venezuela”.
El dinero transferido terminó en las cuentas de uno de sus tres hijos, en un banco de Suiza y otro de Estados Unidos. De acuerdo a la investigación periodística, según el documento de la Unidad de Inteligencia Financiera que trabajó el caso, la intención era depositar en una de sus cuentas diez millones de dólares. “Se trata de pagos de empresas chinas a través de Diego Salazar a altos funcionarios venezolanos a cambio de la concesión de la construcción de diferentes infraestructuras en el sector energético de Venezuela”, concluye el reportaje.
Sobre la herencia de la diplomática venezolana, poco se sabe. No ha demostrado que esa fortuna provenga por el lado de la familia Maneiro González. Tampoco parece probable que sea otro legado que dejó su hermano Alfredo Maneiro, que nunca detentó cargos oficiales, que como sindicalista tuvo una vida política intensa y notablemente pública, y cuando murió era profesor de la Universidad Central de Venezuela (UCV).
El nombre piadoso recuerda el origen de su familia paterna, dos próceres de la Independencia, Manuel y José Joaquín Maneiro, que eran de la isla de Margarita, en el oriente del país. Rocío era la única mujer de cuatro hermanos y la menor de la casa. Sus padres se casaron el 14 de febrero de 1922 en la céntrica parroquia de Altagracia, en Caracas.
Aún si quisiera olvidar extractos de su vida, la historia y la revolución bolivariana se han encargado de documentar todos los aspectos posibles de Alfredo Maneiro. Hasta la tesis de Filosofía en la UCV de su hermano está en la Biblioteca Central, pero no hay indicio de la carrera profesional que cursó ella.
Centrífuga socialista
Edmée Betancourt se ganó la confianza de Hugo Chávez a pulso. Al lado del comandante se desprendía de la sobriedad que la caracteriza y se dejaba abrazar por el caudillo. Esta pequeña mujer madura, que escasamente le llegaba al hombro, le había demostrado su lealtad.
Esa protección duró lo que la vida de Chávez. Al llegar Maduro a la presidencia, Betancourt fue desechada. Sirvió de oportuno chivo expiatorio para alguna de las tantas vueltas de timón de Maduro y, aunque cercanos a ella admiten que se le ha pedido que regrese a las filas de la revolución, ella decidió mantenerse con bajo perfil en su casa, en su Valencia natal y “cerca de sus nietos”.
En julio de 2020, Rocío Maneiro continuaba en Londres enfrentándose a un nuevo conflicto diplomático. El Reino Unido reconoció “inequívocamente” a Juan Guaidó como presidente de Venezuela, lo que implicó que desconocía la autoridad de Maduro para manejar los 1.100 millones de dólares en oro que permanecían almacenados en el Banco de Inglaterra. Maneiro permanece aún hoy como representante de Maduro ante ese país,
Las damas chinas habían demostrado su incondicionalidad política. Obedecieron con apego las reglas del juego, tanto gubernamentales como financieras, y se sumaron a las decisiones de endeudamiento del país.
En la segunda presidencia de Chávez, eran expertas en el tema chino. Había solo una línea posible para seguir: patria socialista o nada. Eran estrategas y operadoras burocráticas, que maniobraban de acuerdo a las decisiones “que venían de arriba”. Ambas mujeres destacaron como autoridades que administraban y decidían el futuro de la cooperación bilateral, eran las caras visibles del convenio en lo diplomático y económico. Así asumieron la responsabilidad que la revolución les encomendó.