Elsivan Ferreira Feitosa conoce el Pirarucu desde niño. Hoy, a los 44 años, es pescador, vigilante y uno de los pocos contadores de Boa Vista do Calafate, comunidad de la Reserva de Desarrollo Sostenible de Amanã, en el Médio Solimões, en plena selva amazónica. Su trabajo exige más que práctica: requiere escucha, concentración y experiencia transmitida de generación en generación.
El pirarucú (o Paiche), objeto de la precisa observación de Elsivan, es un antiguo gigante de las aguas amazónicas. Puede alcanzar los tres metros de longitud y pesar hasta 200 kilos. Sus escamas son de color verde oscuro con manchas rojizas, y reflejan intensos colores al sol. Una larga aleta dorsal recorre su lomo hasta su ancha y poderosa cola roja. Respira aire cuando sube a la superficie para tomar aire y vuelve a hundirse con la cola haciendo espuma en el agua, un movimiento que los contadores aprenden a identificar desde lejos. El nombre Pirarucu procede de la lengua tupí y significa “pez rojo”.
“Aprendí de mi padre, de mi abuelo, de mis tíos. Un contador se lo transmite a otro”.

El recuento de Pirarucus determina la cuota anual de pesca y no depende de equipos sofisticados. Lo que lo define es el cuerpo. El ojo entrenado. El momento adecuado para mirar. Elsivan sabe distinguir entre un pez pequeño y uno grande por el tiempo que tarda cada uno en subir. El pequeño flota cada 10 minutos. El grande, sólo cada 20 minutos. La burbuja del pez grande es gruesa y fuerte; la del pequeño, fina y ligera.
“El pez grande viene más despacio. Se lava el rabo al subir. Permanece más tiempo en el agua. Y lo marcamos en el reloj”.
Además de contar, Elsivan lee las señales del entorno. Dice que el Pirarucú escucha al bosque y se guía por el Jaçanã, un pequeño pájaro que vive en las praderas. “Si la canoa arranca y hace ruido, el Jaçanã salta. Avisa a los peces. Se aleja flotando enfadado o se marcha”. El pez también presta atención a los escarabajos, que al chocar contra el casco de la canoa denuncian la presencia humana. “Sabe que allí hay algo extraño. Y no vuelve”.
Este comportamiento demuestra que el pirarucú es sensible, estratégico y alerta. Si su paz se ve perturbada, emigrará a otra zona, aunque ello le ponga en peligro. “He visto a peces salir de una zona protegida por el ruido y acabar donde hay invasores. Allí los matan. Por eso el silencio forma parte de la vigilancia”.

Esta sintonía entre peces y pescadores revela algo más que un modo de vida: es también una estrategia de supervivencia ante el colapso climático. La tecnología ancestral para contar pirarucús se entrelaza con los conocimientos científicos, y ambos apuntan en la misma dirección: el pirarucú y las comunidades que dependen de él se están adaptando, o no sobrevivirán.
Fue para entender esta adaptación -de los peces y de las personas- que SUMAÚMA visitó a finales de abril de 2025 la Reserva de Desarrollo Sostenible de Amanã, en la región del Médio Solimões, y también recorrió el río Tefé, un afluente del Solimões que conecta diferentes ecosistemas. Durante más de una semana, el equipo visitó comunidades, escuchó a pescadores, gestores, líderes y científicos, visitó áreas protegidas y escuchó historias sobre las transformaciones que el clima ha impuesto al modo de vida ribereño. El informe se realizó con el apoyo técnico del Instituto Mamirauá, organismo de investigación vinculado al Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación. También contó con la colaboración de especialistas del Instituto Serrapilheira y del Centro Latinoamericano de Periodismo de Investigación (CLIP), que vienen trabajando juntos para analizar los impactos socioambientales de las sequías extremas en la Amazonia.
Sequía histórica en el Amazonas
En 2023 y 2024, la cuenca del Amazonas registró sequías consideradas las más graves de los últimos 40 años. El nivel del río Tefé se mantuvo por debajo del promedio histórico durante casi la mitad del tiempo entre enero de 2022 y noviembre de 2024, según datos de la Agencia Nacional de Aguas y Saneamiento analizados a pedido de SUMAÚMA por el hidrólogo Caio Mattos (Universidad Federal de Santa Catarina), como parte de un programa de colaboración entre el Instituto Serrapilheira y el Centro Latinoamericano de Periodismo Investigativo (CLIP).
El descenso del nivel del agua forma parte de una secuencia de fenómenos extremos relacionados con el calentamiento global y la intensificación de fenómenos como El Niño -un calentamiento anormal de las aguas del océano Pacífico que altera los regímenes de precipitaciones y genera graves sequías en la Amazonia-.

Brazo del río Solimões, el río Tefé es vital para la movilidad, la pesca y la organización de la vida ribereña en decenas de comunidades de la Reserva de Amanã. Sus aguas alimentan el lago Tefé y conectan diversos ecosistemas. Es también un termómetro del cambio climático en la región.
Las consecuencias de las recientes sequías han sido devastadoras. Las marsopas han muerto en masa, los lagos se han secado por completo y la pesca casi ha cesado. Muchas familias han quedado desamparadas o sin acceso al agua potable. El calor extremo ha aumentado la incidencia de enfermedades, y los peces menos resistentes han sucumbido a la falta de oxígeno en las aguas cálidas y poco profundas.
El Pirarucú, sin embargo, se anticipó al riesgo: migró a zonas más profundas del río. Esta capacidad de anticipación, según los investigadores, es fruto de su biología e historia evolutiva. El biólogo João Campos-Silva, presidente del Instituto Juruá -organización dedicada a la conservación de la biodiversidad amazónica y al fortalecimiento de las comunidades locales, con sede en Manaos-, explica: “El pirarucú evolucionó en un entorno de aguas poco profundas y poco oxígeno, el antiguo lago Pebas, hace millones de años. Por eso tiene una adaptación fisiológica impresionante. Respira fuera del agua, migra estratégicamente y busca ambientes más profundos durante las sequías”.
Según Campos-Silva, el lago Pebas, un inmenso sistema lacustre que cubría la Amazonia occidental, fue la cuna evolutiva del pirarucú. En este entorno, las aguas eran a menudo turbias, ácidas y pobres en oxígeno, lo que significaba que sólo sobrevivían las especies mejor adaptadas. El pirarucú sobrevivió gracias a su capacidad de respirar aire atmosférico, un rasgo fisiológico fundamental que conserva hasta hoy. Además, ha desarrollado sofisticados comportamientos de migración y protección de las crías, lo que garantiza la perpetuación de la especie incluso en condiciones adversas.
Su vejiga natatoria -órgano interno que ayuda a los peces a subir y bajar en el agua- está hipertrofiada y funciona como un pulmón, lo que le permite salir a la superficie con regularidad para recoger oxígeno. Este rasgo no sólo garantiza su supervivencia en aguas pobres en oxígeno, sino que también influye en su comportamiento e interacción con el entorno y los pescadores.
Más que un superviviente, el pirarucú es un ejemplo vivo de cómo la evolución ha moldeado estrategias de resistencia en uno de los entornos más difíciles del planeta.

Gestión y protección comunitarias
Las comunidades ribereñas de la Reserva de Amanã viven de la pesca, la agricultura y la extracción. Organizadas en asociaciones comunitarias, definen acuerdos colectivos para practicar la gestión del pirarucú – una estrategia en marcha desde 2009, que hoy implica a más de 30 comunidades y moviliza a cerca de mil pescadores en las actividades de pesca, recuento y reventa del pescado. El modelo se ha consolidado como uno de los experimentos más exitosos de conservación participativa en la Amazonia.
El proceso es meticuloso: empieza con el recuento de los peces, realizado por contadores especializados como Elsivan, que evalúan el tamaño y la cantidad de pirarucús en las zonas de gestión. A partir de esta información, se fija una cuota anual de pesca. La pesca se realiza en grupos organizados, en los que cada participante asume funciones específicas: desde localizar los peces hasta transportarlos y envasarlos en hielo.
La comercialización sigue el mismo principio colectivo. Se firman contratos por adelantado con los compradores, que se comprometen a precios justos y prácticas sostenibles. Estas prácticas incluyen, por ejemplo, la exigencia de que sólo se comercialice pescado dentro de la cuota y del tamaño permitido. También está prohibido pescar fuera de los periodos acordados. Los beneficios se reparten entre los participantes, lo que refuerza la cohesión social y económica de las comunidades. Además, parte de los beneficios financian mejoras colectivas, como la renovación de embarcaciones y espacios comunitarios.
Sólo en 2023, los ingresos colectivos procedentes de la gestión superaron los 4 millones de reales (unos 820.000 dólares de la época), reflejo de un sistema que combina la generación de ingresos con la conservación del medio ambiente y la autonomía local. Los datos proceden de informes elaborados por las propias comunidades en colaboración con el Grupo de Gestión del Instituto Mamirauá.

Con sede en Tefé, Amazonas, Mamirauá ofrece apoyo técnico a las comunidades, desarrollando metodologías de recuento y seguimiento, formando a contadores y gestores y asesorando sobre la aplicación de los acuerdos de pesca. El trabajo conjunto entre las comunidades ribereñas y los científicos es uno de los pilares del éxito de la gestión del pirarucú.
Las decisiones se toman en asambleas locales, donde se debate desde la creación de nuevas áreas protegidas hasta la suspensión temporal de la pesca, como ocurrió en 2023 en cuatro comunidades, Calafate entre ellas, ante la extrema sequía.
La protección del territorio es permanente. Implica patrullas regulares, organizadas por las propias comunidades, con el apoyo de instituciones como Mamirauá. Esta labor es esencial no sólo para preservar el pirarucú, sino para defender todo el ecosistema de la región frente a las crecientes amenazas de pescadores ilegales, madereros, acaparadores de tierras y traficantes de fauna salvaje, grupos que actúan de forma depredadora en las zonas protegidas.
Jovane Cavalcante Marinho, de 40 años, es hijo y nieto de pescador. Hoy trabaja como técnico de gestión en el Instituto Mamirauá, tras años dedicado directamente a la pesca. Conoce el pirarucú desde niño y ahora trabaja para que los conocimientos técnicos sobre gestión permanezcan en las comunidades: “Para que lo que hemos conseguido aquí no se pierda con el tiempo. Cuando yo me vaya, ya habrá alguien que siga con el mismo objetivo. La idea es formar a gente de la comunidad para que ellos mismos puedan elaborar los informes técnicos y asumir la gestión de forma autónoma.”

Un legado que abarca generaciones
El pescador Theibson da Silva tenía diez años cuando vio un pirarucú por primera vez. Estaba con su abuelo, en plena resaca, cuando divisó una familia entera de peces: padre, madre y crías.
“Al principio pensé que era un animal extraño. Me asusté. Pero luego me detuve y miré. El padre iba debajo de las crías, la madre detrás, protegiéndolas”.
La escena quedó guardada en su memoria. El aprendizaje no se detuvo ahí. Hoy, a los 25 años, Theibson es padre de dos hijos, criador de pirarucú y uno de los jóvenes que renuevan la práctica y la organización social de las comunidades ribereñas de la Reserva de Amanã.
En la pesca, participa en el monitoreo y la preparación del pescado. Se ocupa de la recepción, el hielo y las anotaciones. Aprendió de sus abuelos, pero piensa en sus hijos cuando habla del futuro. “Si mi abuelo me enseñó a mí, yo también quiero enseñar. Quiero que mis hijos vean lo que yo vi”.
Theibson es vicepresidente del acuerdo pesquero firmado en la comunidad y consejero fiscal. No pretende ser un líder, pero se le reconoce como tal. Su generación ha aprendido a gestionar pirarucú y, más recientemente, a afrontar los retos adicionales que han supuesto la sequía extrema, el aislamiento durante la pandemia y la necesidad de adaptarse.
Se dio cuenta de que en 2023 y 2024, los pirarucús cambiaron su periodo de desove. Antes, los huevos eclosionaban entre octubre y noviembre. Pero en las sequías severas, los peces esperaron. “Les pareció que se iba a secar demasiado. Si hubieran eclosionado antes, las crías habrían muerto. Esperaron a que subiera el agua. Sólo desovaron en enero”.
Para Theibson, no es casualidad, es adaptación. “Son más listos de lo que la mayoría de la gente cree. Saben dónde esconderse, cuándo huir, cuándo es el momento de esperar”.

Al igual que los peces, las comunidades también se adaptan: “Nunca he visto a pirarucú morir de sequía. Incluso en la más larga que he vivido. Se las arreglan. Encuentran los pozos. Se concentran. Somos nosotros los que a veces no nos adaptamos”.
Theibson cultiva plátanos y yuca y vive de la tierra, pero también participa en la asociación y en las decisiones de gestión. La nueva generación está transmitiendo los conocimientos de sus mayores y aprendiendo a convertirlos en una estrategia frente a un contexto cada vez más inestable.
Si Theibson representa el presente y el futuro, Edivan Ferreira es un ejemplo del liderazgo consolidado que ha sostenido la gestión del pirarucú en las últimas décadas. Presidente de la Asociación Comunitaria de Boa Vista do Calafate, Edivan conoce como pocos el funcionamiento del acuerdo pesquero y los retos de la protección del territorio.
“Aquí no hay competencia, hay un acuerdo”, dice resumiendo la lógica de la gestión. El acuerdo es el resultado de un pacto colectivo para garantizar que la pesca se realice de forma sostenible, respetando el ciclo vital de los peces y protegiendo los lagos de los invasores.
Edivan es muy consciente de la necesidad de organización. Sabe que sin vigilancia, regulaciones internas y toma de decisiones conjuntas, el pirarucú podría acabarse, no sólo por la sobrepesca, sino sobre todo por la acción de invasores que actúan al margen de las normas, a menudo vinculados a grupos armados y al tráfico de fauna salvaje. “Lo cuidamos, pero está amenazado. Pero si dejamos de hacerlo, lo perderemos todo”.
Para Edivan, la fuerza de la gestión comunitaria reside en la combinación de los conocimientos tradicionales -transmitidos de generación en generación- y la estructura social que sustenta la práctica. Ha visto empezar la gestión, ha visto crecer los beneficios, pero también ha visto aumentar las amenazas.
En las comunidades ribereñas, las asambleas son momentos centrales. Deciden desde la creación de nuevas zonas protegidas hasta la suspensión de la pesca en años críticos -como ocurrió en 2023 cuando, ante una sequía histórica, las comunidades decidieron no pescar-. Fue una decisión difícil, pero necesaria para garantizar la continuidad de la especie y la actividad a largo plazo.

Edivan sabe que esta elección sólo es posible porque existe un sistema de gobernanza local reforzado. Y afirma que la nueva generación está preparada para avanzar. “Los jóvenes están participando, asumiendo papeles, aprendiendo a ocuparse de las cosas. Es importante, porque ellos son los que seguirán cuando nosotros ya no podamos”.
Entre Theibson y Edivan hay diferencias de edad, formación y perspectiva, pero también existe una profunda conexión con el pirarucú, que los une y guía. Uno, de 25 años, está aprendiendo a enseñar. El otro, un líder experimentado de 49 años, transmite lo que ha vivido. El pirarucú permanece: respira, migra y se adapta. Igual que las personas que lo gestionan, que lo observan y que, generación tras generación, aprenden de él a vivir en el tiempo y el silencio del bosque.
Juruti, pirarucú y el futuro posible
Para los Deni, el pueblo indígena del río Juruá, el pirarucú no es sólo un pez: es un ser transformado. Un joven y una joven, hermano y hermana, vivían en armonía con su pueblo. Ella se casó con un hombre de otra comunidad, pero una enfermedad se llevó a todos de la aldea, dejando sólo a la joven. Sola y abrumada por el dolor, se transformó en Juruti, un pájaro que habita en las orillas de los ríos. Su hermano, inconsolable, se zambulló en las aguas y se convirtió en pez. Se convirtió en pirarucú. Antes de separarse, acordaron que nunca se separarían. Por eso, dicen los Deni, hasta hoy Juruti canta cerca de los lugares donde viven los pirarucú.
“Así empezó su historia para nosotros. Era uno de los nuestros. Por eso le respetamos. Por eso le escuchamos”, dice Umada Kuniva Deni, líder de su pueblo.
Para pueblos como los Deni, el pirarucú es, además de alimento e ingresos, un pariente, un espíritu ancestral y un símbolo de continuidad. Este vínculo transforma la gestión: “No gestionan un recurso, sino un semejante”, explica el biólogo João Campos-Silva.
Su carne blanca, rodeada de escamas verdes, rojas y doradas, es símbolo de abundancia. Su lengua huesuda, de dientes afilados, es utilizada por los pueblos indígenas como herramienta para rallar la yuca, demostrando que ninguna parte del pirarucú se pierde: de la carne al cuero, del hueso al mito. En las fiestas comunitarias, se asa en grandes trozos, se cocina en guisos o se ahúma, componiendo menús y celebraciones que marcan el ciclo de las aguas y la vida social de la selva.
Para Umada Deni, la relación con el pirarucú conforma el pasado, el presente y el futuro. “El pirarucú ayuda a mantener viva nuestra cultura. Cuando pescamos juntos, cuando lo cuidamos, también estamos cuidando nuestra forma de vida, nuestra historia”. El pirarucú es cultura, alimento, historia, herramienta y mito: un ser que atraviesa dimensiones y reafirma la complejidad de la relación entre los pueblos de la Selva y los seres que la habitan.
“El pirarucú es mucho más que un pez. Es un símbolo que nos inspira a pensar en una Amazonia dirigida por los pueblos locales, una Amazonia que genere riqueza pero que también proteja la biodiversidad, los seres encantados y las cosmovisiones de los pueblos. El pirarucú es un modelo de desarrollo alternativo al desarrollo depredador y destructivo que hemos visto durante tanto tiempo en la Amazonia”.
João Campos-Silva, de Juruá, resume la importancia del pirarucú y de la gestión comunitaria en la región en la actualidad. El pez que predice las sequías, migra para sobrevivir e inspira modos de vida, se ha convertido también en una referencia para el debate sobre el futuro de la Amazonia: cómo combinar la conservación, la generación de ingresos y el papel de las poblaciones locales.
En el Médio Solimões, esta alternativa no es sólo una idea, sino una práctica. El pirarucú sigue nadando en las profundas aguas de la Reserva de Amanã, protegido por el silencio de los contadores y la vigilancia de quienes aprendieron hace generaciones que resistir también es saber escuchar el movimiento de la Selva.

Este reportaje es resultado de una colaboración entre periodistas y científicos latinoamericanos, impulsada por el Instituto Serrapilheira de Brasil y el Centro Latinoamericano de Investigación Periodística (CLIP), para explorar como daños a la biodiversidad de la Amazonia perturban los distintos servicios ambientales que ésta proporciona al continente.