Ruy Barata, poeta y cantautor brasileño del norte del Amazonas, escribió una vez unos versos que se convertirían en una oda al modo de vida ribereño. “Este río es mi calle. Mía y tuya mururé”, dice la primera estrofa de la composición que tan bien traduce y celebra el modo de vida de las comunidades tradicionales que habitan las riberas de los ríos de la Amazonia, una región basada en la convivencia en armonía y en un profundo respeto por los ríos y los bosques que los confluyen. Mururé, para quien no lo sepa, es el nombre popular de varias plantas acuáticas comunes en los cursos de agua de esta parte de Brasil.
Sin embargo, la vida que inspiró el poema puede estar amenazada hoy en día. Así lo demuestra lo que está ocurriendo en la isla Combu: A sólo 10 minutos en barco de Belém, la ciudad que acogerá en noviembre la 30ª Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP30), el lugar nos ofrece un ejemplo del riesgo que suponen la acción humana desordenada, la pérdida de biodiversidad y los cambios en los patrones climáticos, como muestra esta colaboración entre periodistas y científicos latinoamericanos, liderada por el Instituto Serrapilheira de Brasil y el Centro Latinoamericano de de Investigación Periodística (Clip), para explorar cómo los daños a la biodiversidad amazónica perturban los diversos servicios ambientales que presta al continente.

Rodeada por las aguas fangosas del río Guamá -llamadas así por su color parduzco-, Combu es una de las 42 islas que componen la región insular de Belém. El territorio, de aproximadamente 1.500 hectáreas, se inunda regularmente bajo la influencia de las mareas. Por eso sus edificios están todos sobre pilotes. Casas, restaurantes, posadas e incluso escuelas y centros de salud están construidos sobre pilotes o pilares de madera, casi siempre con una hermosa vista del río. Más que un corredor de drenaje, para los ribereños el río es territorio vivo, fundamental para su supervivencia e identidad.
Allí viven unas 1.500 personas, según el Instituto de Desarrollo Forestal y de la Biodiversidad de Pará (Ideflor-Bio), organismo del gobierno estatal responsable del Área de Protección Ambiental (APA). Los residentes más antiguos son también testigos vivos de las transformaciones que ha experimentado la isla en los últimos años.
Prazeres Quaresma, de 56 años, es una de ellas. Su familia lleva en Combu al menos tres generaciones. Su abuelo materno llegó en 1914, durante el declive del ciclo del caucho en la Amazonia, y empezó a plantar cacao. Más tarde, con la crisis de la fruta en Brasil, sustituyó la almendra por el açaí. En los años 80, su padre, José Anjos, fundó uno de los restaurantes más tradicionales de Combu, Saldosa Maloca, que ahora dirige Prazeres.
“Siempre digo que tengo una relación íntima con Combu. La mayor parte de mi familia está aquí. Por eso nos preocupa el futuro de esta isla”, afirma. Además de Saldosa Maloca, cuya especialidad son los platos preparados con pescados típicos de la región amazónica, como el Tambaqui y el Piraíba, conocido popularmente como Filhote, Prazeres también posee una granja en Combu. En los dos últimos años, la producción frutícola de la propiedad se ha visto comprometida por cuestiones climáticas, como el aumento de las temperaturas y las sequías de 2023 y 2024. “Ha sido terrible. Siempre pensamos: oh, este año ha habido sequía, pero el año que viene será mejor. Y al año siguiente es peor. Y no nos preparamos para lo peor, siempre esperamos que mejore, creemos que así será”, lamenta.
Los efectos de la crisis climática, sin embargo, van más allá del impacto en la producción de açaí, cacao y cupuaçu. “Recuerdo que hace unos años, cuando nos tumbábamos a dormir aquí en la isla, teníamos que taparnos porque hacía frío. Hoy, dormimos completamente destapados, con calor y con la necesidad de encender el ventilador. ¿Se lo imaginan? Cuánto ha subido (la temperatura), cuánto están cambiando las cosas y cuánto están afectando a nuestras vidas”, dice Prazeres.
Belém: más cálido y menos húmedo
Lo que Prazeres siente en la piel y observa en la vegetación de Combu está científicamente probado. Durante tres meses, científicos del Programa de Formación en Ecología Cuantitativa del Instituto Serrapilheira ayudaron a elaborar este informe. Los investigadores Maria Luiza Busato y Luís Cattelan extrajeron y analizaron datos como la precipitación (lluvia), la temperatura y la humedad en Belém, a partir de dos estaciones meteorológicas del Instituto Nacional de Meteorología (Inmet), situadas en la ciudad, entre los años 1981 y 2024.
El resultado de este análisis muestra una ciudad cada vez más calurosa y menos húmeda desde principios de la década de 1980. En los últimos 40 años, la temperatura ha aumentado 1,32 ºC, mientras que la humedad relativa -la relación entre la humedad del aire y la humedad máxima que podría existir a una temperatura determinada- ha disminuido un 2,64%. En la estación más seca, el llamado verano amazónico, de junio a noviembre, cuando llueve menos, estos índices se acentúan aún más, con un aumento de la temperatura de 1,86 ºC y una reducción de la humedad del 5,3%.
Para plantas como el açaí, de las que dependen muchos ribereños de Combu como fuente de ingresos y alimento, esta combinación de factores ha resultado muy perjudicial. Los datos preliminares de un estudio realizado por la Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria (EMBRAPA) en la Amazonia Oriental indican una caída de entre el 15% y el 20% en la producción de açaí de secano, procedente de llanuras aluviales e igapós, y de hasta el 40% en la de açaí de regadío, plantado en tierra firme, de aquí a 2024 en Pará.
“Particularmente en los períodos más secos o menos lluviosos, había muchas señales en los cultivos monitoreados por Embrapa de que algo estaba de más y era la temperatura del aire”, explica el investigador de Embrapa Alessandro Carioca, especializado en Meteorología de Ecosistemas Forestales y Agrícolas de la Amazonia.

El científico supervisa los cultivos de açaí, cacao, cupuaçu y aceite de palma en los municipios de Tomé-Açu y Moju, en la región nordeste de Pará. Señaló que, durante muchos días, las temperaturas máximas estuvieron por encima de la media registrada en los últimos años. “Las señales se hicieron más evidentes cuando las personas que se ocupan de estos cultivos empezaron a informar de que las flores de açaí estaban siendo ‘abortadas’. Los frutos no se llenaban, el vigor de las plantas disminuía, las hojas se quemaban y morían”, explica el investigador.
Lo que ocurre en los municipios del nordeste de Pará también sucede a 200 kilómetros, en Belém. “El verano pasado murieron muchos árboles. Cupuaçu, pupunha, guayaba… se secaron por completo, desde el fruto hasta árboles enteros”, describe la artesana Silvia Rosa, de 40 años, sobre las pérdidas en su finca y en la propiedad de sus suegros, que está junto a su casa.
Tiempo seco y caluroso

Residente en Combu desde los cinco años, Silvia se dedica a la biojoyería, piezas artesanales elaboradas con hojas y semillas amazónicas, y suele recorrer largas distancias por la isla en busca de materias primas. Una rutina que también ha sufrido cambios debido al clima. “Antes, cuando iba al monte a buscar semillas, me ensuciaba toda de barro. Hoy en día, no, es mucho más seco. Así que notamos esta diferencia, que hace más calor y también es más seco”, dice.
El año pasado, 46 de las 144 ciudades de Pará pasaron más de 150 días de calor extremo. La capital, Belém, y Melgaço, en la isla de Marajó, fueron las ciudades con los periodos más largos de calor extremo en Brasil. La información procede de un análisis realizado por el Centro Nacional de Monitorización de Desastres (Cemaden), basado en datos de satélite del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (Inpe).
En Belém, según los mismos datos, hubo 212 días consecutivos con temperaturas que alcanzaron los 37,3ºC, lo que supone hasta 5ºC por encima de la media de temperaturas máximas registradas en la última década. Un récord, incluso para una ciudad donde tradicionalmente hace calor todo el año.
Las sequías recurrentes hacen saltar las alarmas sobre la inseguridad del agua
Las altas temperaturas y la pérdida de humedad se han sumado a los efectos de la sequía en los dos últimos años. Tanto en 2023 como en 2024, la Amazonia se enfrentó a sequías extremas, con fuertes descensos del nivel de los ríos, como consecuencia de la fuerte intensidad de El Niño, un fenómeno climático cuya principal característica es el calentamiento anormal de las aguas del océano Pacífico, lo que altera los patrones atmosféricos y afecta al clima en diversas partes del mundo.
En Belém, una de las consecuencias de esta combinación de factores puede haber sido el prolongado período de salinización del agua del río Guamá. “Siempre ocurre en verano. El agua del río se vuelve verdosa y salobre. Pero solía ser un mes o un poco más, y el año pasado fueron unos tres meses”, dice Prazeres. “En esta región del estuario, como estamos cerca del océano Atlántico, cuando tenemos una sequía intensa y el caudal del río disminuye mucho, entonces el océano avanza más sobre este río”, explica la bióloga Vania Neu, de la Universidad Federal Rural de Amazonia (Ufra).
Riesgos para el açaí
Desde 2023, Vania e investigadores de otras siete instituciones científicas de Pará, São Paulo y Río de Janeiro estudian el estuario del río Pará, que incluye el río Guamá y la bahía de Guajará, que bordean Belém y sus islas. “Es muy preocupante cuando miramos a largo plazo y vemos la intensificación de estos fenómenos extremos como las sequías, que antes veíamos a intervalos de varios años, ocurren en dos años seguidos. Así que esta mayor frecuencia, el aumento de la salinización de estas aguas, conlleva una gran inseguridad hídrica para las personas que viven en esta región”, afirma.
La salinización prolongada del agua también puede comprometer la producción de açaí. En un artículo publicado en 2023, los investigadores Cristóvão Henrique Ribeiro da Silva y Raylene Cameli, geógrafos de la Universidad Federal de Acre (Ufac), describen lo que viene ocurriendo en el archipiélago de Bailique, en el estado de Amapá. En los últimos años, han aumentado los periodos de inundaciones en el archipiélago, con el avance del océano y la reducción del caudal del río Amazonas, lo que ha provocado la salinización del agua dulce. El fenómeno está afectando al cultivo del açaí y hay noticias de familias que cosechan açaí salado.
Las sequías en la Amazonia se han vuelto más recurrentes desde la década de 2000. Mientras que entre 1960 y 1990 hubo siete periodos de sequía, en las últimas dos décadas la región ha sufrido ocho sequías. Además de intervalos más cortos, el fenómeno también se ha vuelto más grave, con al menos cuatro períodos de sequía extrema: 2005, 2010, 2015-2016 y 2023-2024.
Doble emergencia: crisis climática y pérdida de biodiversidad
En la última década, la isla de Combu se ha convertido en una atracción turística para Belém. Pero junto con el auge de la actividad económica, la isla ha sufrido impactos sociales, medioambientales y culturales. Sobre todo debido a la falta de regulación. Desde 1997, Combu está reconocida como Área de Protección Ambiental (APA), cuya finalidad es precisamente proteger la biodiversidad y regular la ocupación humana para garantizar el uso sostenible de los recursos naturales.
Sin embargo, solo este año, tras sucesivas protestas y reivindicaciones de los ribereños, el Plan de Gestión del Combu comenzó a ser elaborado por el Instituto de Desarrollo Forestal y de la Biodiversidad de Pará (Ideflor-Bio), órgano del gobierno estatal responsable del APA. La ocupación de la isla, especialmente en las orillas del arroyo Combu -donde se encuentran la mayoría de los establecimientos comerciales, principalmente bares y restaurantes- se intensificó en 2011 con la llegada de la electricidad.
Publicado en marzo de este año, el Boletín de Sostenibilidad de las Islas en torno a Belém, de la Fundación de Investigación de la Amazonia (Fapespa), muestra cómo Combu se ha reconfigurado en los últimos años. Según los datos presentados en la publicación, entre 2002 y 2023, las áreas descubiertas en la isla aumentaron casi diez veces – de 0,124 km² a 1,237 km² – con una pérdida del 6,26% de bosque denso. La ocupación humana, en cambio, se multiplicó por 49, pasando de 0,010 km² a 0,491 km². Mientras que la masa de agua disminuyó un 30,67%.
Habitante del río y propietaria de uno de los restaurantes más tradicionales de Combu, Prazeres, que también es experta en turismo, defiende el turismo comunitario como alternativa al actual modelo de ocupación. “Se puede traer desarrollo económico a la isla sin destruirla. La urbanización no es la alternativa adecuada. Creo que la gente que visita Combu tiene que querer vivir una experiencia en el bosque”, afirma.

También le preocupan los elementos de la identidad ribereña que están desapareciendo en medio del ritmo frenético, como bañarse en el río y viajar en el “casco”, como suelen llamar los ribereños a las canoas. “Cuando nos bañábamos en el río, sobre todo los niños, jugábamos al escondite, al pilla-pilla… Hoy eso no es posible debido a las lanchas rápidas que pasan a gran velocidad. Así que los más jóvenes están perdiendo esta relación con el río”.
Madre de dos hijos, un niño y un adolescente, Silvia, artesana que creció jugando en el río, ya no permite que sus hijos hagan lo mismo por miedo a los accidentes. Para ella, es necesario aprender a vivir en armonía con la naturaleza. “Tenemos que respetar la naturaleza. Si la respetamos, podemos beneficiarnos de ella, incluso podemos vivir de ella”, afirma.
Hace tres años, Silvia convirtió la artesanía y la biojoyería en su principal fuente de ingresos. Obtiene casi todo lo que necesita de la naturaleza. Para la artesana, la relación con el río y el bosque no es unidireccional. Hay mucho respeto y responsabilidad, como la gestión adecuada de todos los recursos naturales.
En cada incursión, en busca de hojas y semillas, pone en práctica las lecciones que aprendió de su suegro, recolector de açaí. “Desde pequeño se iba al monte. Aquí vivimos del açaí, así que los niños, los chicos, empiezan a recoger açaí a una edad temprana y aprenden todas estas cosas. Conoce el monte, lo sabe todo, si cae una semilla o una hoja allí sabe lo que es, para qué sirve”, dice.
Silvia y Prazeres, dos mujeres de la Amazonia, ribereñas con raíces en Combu, hacen este llamamiento, que debería resonar hasta la COP30, que muchos llaman ya la COP de la selva. “Espero que no sea sólo otra reunión de naciones para discutir el clima. Ya se ha hablado mucho del clima. Lo que necesitamos ahora son medidas para minimizar lo que ya se ha hecho. Que esta reunión aporte soluciones efectivas y no sólo palabrería”. Eso es lo que quieren todos los pueblos de la selva.
Este reportaje es resultado de una colaboración entre periodistas y científicos latinoamericanos, impulsada por el Instituto Serrapilheira de Brasil y el Centro Latinoamericano de Investigación Periodística (CLIP), para explorar como daños a la biodiversidad de la Amazonia perturban los distintos servicios ambientales que ésta proporciona al continente.