A finales de 2023, científicos brasileros encontraron más de cien toninas (Inia geoffrensis) muertas en el lago Tefé, en el estado de Amazonas, a unos 600 kilómetros de la ciudad de Manaus. La tragedia alarmó a Venezuela pues sucedió cerca de la frontera con Brasil.
El Estado venezolano envió una comisión técnica a San Carlos de Río Negro, el último pueblo del sur del país para investigar las causas. Yo iba en esa comisión.
Mientras viajaba a bordo de una avioneta que surcaba el cielo amazónico, pensé en que siempre había querido entender cómo era el robo de agua más grande del mundo, el que le hacía el río Amazonas al Orinoco, a través del Brazo Casiquiare. Había esperado esa oportunidad desde que era estudiante de geografía en la Universidad de Los Andes, en Mérida. Era el momento.
Aterrizamos en San Carlos de Río Negro el 17 de noviembre de 2023. El objetivo era estudiar anomalías climáticas en la Amazonía. Video: Reybert Carrillo
El Casiquiare es la única conexión comprobada entre ambas cuencas. Se trata de un pasillo acuático que se desprende del Orinoco y se lleva consigo la cuarta parte de su caudal. Esas aguas rebeldes escurren serpenteantes en dirección sur y se unen al río Negro, principal tributario del río Amazonas, consumando uno de los robos hidrográficos más especiales del planeta.
El Brazo Casiquiare es el único enlace acuático entre el Orinoco y el Amazonas. Cartografía: Organización sin fines de lucro VE360
Lo vi por primera vez al caer la tarde el 17 de noviembre de 2023 desde la avioneta Cessna en la que volaba. La penillanura (una llanura con leves ondulaciones) que lo escoltaba parecía saberse cómplice del robo de aguas. Lo exploré a través de la ventana en un paneo rápido antes de aterrizar en el pequeño aeropuerto de San Carlos de Río Negro y le presenté mis respetos. El Brazo Casiquiare me devolvió un saludo en lengua baré y me invitó a pasar.
El Brazo Casiquiare visto desde el aire, noviembre de 2023. Video: Reybert Carrillo
Después de varios días de recorrer el lugar, la misión institucional concluyó que la muerte de aquellas toninas en Brasil se había debido a la alteración química del lago donde habitaban, provocada por el aumento de las temperaturas y la sequía que afectaba a toda la región.
Pero mi objetivo personal apenas empezaba. Ver desde el cielo los parches deforestados, los focos mineros y el tono sepia que enrarecía el aire me hizo sospechar que la cuenca del Casiquiare podía estar amenazada.
Un sobrevuelo sobre el Casiquiare que despertó preocupaciones, noviembre de 2023. Video: Reybert Carrillo
Decidí ponerme a investigar al respecto y, dos años después de hacer ese sobrevuelo, pude confirmar mis sospechas gracias a una colaboración entre periodistas y científicos latinoamericanos, impulsada por el Instituto Serrapilheira de Brasil y el Centro Latinoamericano de Investigación Periodística (CLIP) para explorar cómo los daños a la biodiversidad de la Amazonia perturban los distintos servicios ambientales que ésta proporciona al continente.
Entender al Casiquiare desde la historia
El comportamiento de esta cuenca es inédito; sobre ello se comenta desde hace siglos en América y en Europa, en la piedra del Cocuy —con la lengua ancestral de los Yanomami— y en las aulas de la academia.

Me lo confirma también Jaime García, nativo de San Carlos de Río Negro y miembro de la etnia Baré, un pueblo indígena asentado en la cuenca Casiquiare. Lo conocí en aquel viaje y volví a contactar con él dos años después:
“Este brazo acuático, como lo llaman los blancos, es fuente de sustento y purificación. Es el primer baño de la mañana y la bendición del pez en nuestra mesa. Es la vía para ir a pueblos. En el Casiquiare echamos a andar las palabras de nuestra lengua, para que lleguen a lugares ocultos y que nunca se agoten”.
La conexión del Casiquiare con los otros ríos ya era conocida por los pueblos ancestrales, pero los primeros grupos no autóctonos en navegar por ella fueron los conquistadores portugueses. Una de las personas que conocen mejor esta historia es el explorador y naturalista venezolano Charles Brewer Carías.
Lo entrevisto en su casa en Caracas, rodeado de libros y mapas antiguos. Me habla de Manuel Román, un misionero jesuita conocido por ser el primer español que navegó el Casiquiare en el siglo XVIII y pionero también en documentar la conexión entre los ríos Orinoco y Amazonas.
Charles Brewer Carías rememora y parafrasea al padre jesuíta Manuel Román en su interacción con los mercaderes portugueses acerca de la conexión entre el Orinoco y el Amazonas a través del Casiquiare. Febrero de 2025. Video: Reybert Carrillo
Medio siglo después de la hazaña del padre Román, sería el naturalista alemán Alexander von Humboldt quien ofrecería los mayores aportes sobre esta cuenca.
“Desde hace medio siglo nadie duda de la comunicación existente entre los dos grandes sistemas de agua, pero nuestra misión era fijar por observaciones astronómicas el curso del Casiquiare”, escribió Humboldt en su muy conocido y difundido libro ‘Viaje a las regiones equinocciales del nuevo continente’ (1826).

Además de mapear los ríos, Humboldt navegó por la cuenca y documentó distintas especies, junto con el botánico francés Aimé Bonpland. Tenía la impresión de que estaba ante un lugar muy especial de este planeta, un rincón de Venezuela donde la naturaleza debía ser preservada.
Eso mismo lo entendió Brewer Carías siglo y medio después, cuando empezó a explorar la zona. Ha recorrido la cuenca del Casiquiare y conoce todo el Alto Orinoco. Por eso hoy es una de las voces venezolanas más escuchadas cuando se habla de preservar esos bosques.

A principios de 1990, el presidente venezolano Carlos Andrés Pérez llamó a Brewer Carías para que pusiera al servicio de la República sus conocimientos acerca del Alto Orinoco y del Casiquiare. El explorador venezolano, que ya había sido Ministro de Juventud entre 1979 y 1982, acudió al llamado, junto al antropólogo estadounidense Napoleon Chagnon. Ambos consolidaron un informe detallado sobre la importancia de crear una Reserva de la Biósfera en aquella porción de la Amazonía venezolana.
“Los garimpeiros eran una amenaza para las comunidades indígenas del Casiquiare y del Alto Orinoco. La malaria también. Conocíamos el territorio, habíamos estado en el Siapa y vimos de cerca la situación de los Yanomami”, me cuenta Brewer Carías.
Recuerda con detalle que los Yanomami apenas tenían contacto con el exterior, pero tanto garimpeiros como misioneros estaban interfiriendo y perturbando su cosmovisión ancestral.
“La reserva de biósfera ayudaría a mantener prístinas a esas comunidades. Se lo explicamos al presidente y él, sabiamente, nos escuchó”, cuenta el explorador.
El 5 de junio de 1991, el gobierno de Pérez decretó la creación de la Reserva de Biósfera Alto Orinoco-Casiquiare, que sería reconocida por la UNESCO dos años más tarde, el 9 octubre de 1993, como la primera de Venezuela.

Una Reserva de Biósfera es un territorio que busca hacer compatible la preservación ambiental con el aprovechamiento sostenible de recursos. Las proponen los estados y las valida la UNESCO internacionalmente.
La primera reserva de biósfera de Venezuela. Cartografía: VE360

Pueblos indígenas en la reserva. Cartografía: VE360
El Casiquiare le permitiría a Venezuela promover ante la UNESCO el primer sitio RAMSAR amazónico en territorio nacional. Esta denominación le es otorgada a humedales y cuerpos de agua que salvaguarden biodiversidad o con rarezas en su estructura hidrográfica.
La conexión Orinoco-Casiquiare-Negro-Amazonas determina uno de los enlaces biogeográficos más importantes del planeta. Video: Reybert Carrillo
La cuenca del Casiquiare, rareza hidrográfica

Mapa de la conexión hidrográfica Orinoco-Amazonas, cartografiado por VE360 con todas las bondades tecnológicas contemporáneas
La que mapeó Humboldt en 1800 –y yo observé desde una avioneta en 2023– es una cuenca de 44.160 kilómetros cuadrados, cuyo curso se extiende por 326 kilómetros, surcando un ecosistema que es bosque ribereño y selva húmeda tropical a la vez.
Recibe varios afluentes: al Pasimoni, al Siapa, al Pasiva y al Pamoni; luego desemboca en el río Negro, principal tributario del Amazonas.
Medición de caudal y profundidad del río Negro tras recibir las aguas del Casiquiare. San Carlos de Río Negro, noviembre de 2023. Video: Reybert Carrillo
La mayoría de los ríos nacen en humedales o como capturas de lluvia en las cabeceras montañosas. El agua desciende y forma hilos que arañan y erosionan la vertiente. Pero el Casiquiare es distinto. No nace de una montaña, sino de otro río. De uno de los más grandes: el Orinoco. Se escapa y fluye aguas abajo hasta terminar en otro aún más largo y caudaloso, el inmenso Amazonas.
Explicarlo ha sido complejo para especialistas de distintos lugares y tiempos. Entre los venezolanos destaca Gustavo Silva León, geógrafo de la Universidad de Los Andes. Lleva cuarenta años estudiando la Orinoquía en toda su extensión, incluido el Casiquiare. Por eso acudo a él para entender los componentes hidrológicos de este río intrépido.

Silva me explica que su captura acuática sobre el Orinoco es curiosa, pues es un comportamiento común en ríos llaneros, no amazónicos, y que, cuando un río se roba las aguas de otro, lo suele hacer total, no parcialmente. Pero los estudios de Silva indican que el Casiquiare le roba al Orinoco cerca de 350 mil litros de agua por segundo. Es decir, la cuarta parte de su caudal. Otro elemento llamativo para el geógrafo es que una rareza como esta se produzca en una penillanura y no en una llanura.
“En los llanos inundables de Venezuela es común ver brazos que escapan de un río para unirse a otro. También es usual ver ríos cambiando trayectorias y dejando la cicatriz del cauce viejo. El Casiquiare es la curiosa excepción a esa regla, pues ocurre en un ambiente que no es completamente plano”, me explica Silva mientras traza con el dedo la trayectoria serpenteante del Casiquiare en el mapa sin mirarla.
Un hotspot biodiverso
La riqueza del Casiquiare no solo se debe a su extraño comportamiento hidrográfico, sino también a su biodiversidad. Humboldt la describió ampliamente hace dos siglos, lo que ayudó a entender a esta región como lo que los biólogos llaman un punto crítico de biodiversidad (o hotspot). Es decir, un lugar de concentración de muchas especies vivas.


Estudios más recientes así lo confirman. En 2018, la Fundación Polar aseguraba que la ictiofauna (peces) del Casiquiare era una de las más ricas y menos documentadas del planeta, opinión basada en las 88 especies de peces de importancia ornamental halladas en la cuenca.
En un estudio sobre los patrones de consumo de pescado en la zona hecho por la FAO, el ictiólogo venezolano Carlos Lasso caracterizó 25 especies de mamíferos, 80 de aves y 6 de reptiles en la zona. Birdlife International clasificó en 2014 al Casiquiare como ‘Área Endémica de Aves’. Y una expedición de ornitólogos venezolanos y colombianos contabilizó 234 especies de aves en la cuenca en 2023 para la plataforma ornitológica eBird, de las cuales once fueron avistadas en la cuenca por primera vez.
Las toninas del Casiquiare

El puente biogeográfico del Casiquiare cumple un papel importante: favorece a especies emblemáticas que se encuentran amenazadas como las toninas, también conocidas como delfines rosados, como las que habían muerto en el lago Tefé. Aunque durante mi breve paso por la cuenca en 2023 no tuve la posibilidad de ver toninas, entrevisté a alguien que sí logró hacerlo.
Yurasi Briceño es bióloga de la Universidad del Zulia y dirige el Proyecto Sotalia, una organización ecologista que protege cetáceos en Venezuela. En 2023, Briceño participó en la Expedición Casiquiare, junto con otros 15 científicos y cuatro periodistas, y observó 387 toninas en la cuenca durante alrededor de tres semanas.
La bióloga me cuenta que aquella bitácora surgió de la Iniciativa de Delfines de Río de Sudamérica (SARDI), un equipo conservacionista que aglutina esfuerzos de los seis países amazónicos donde habita la especie.
La expedición fue liderada por el biólogo colombiano Fernando Trujillo, director de la Fundación Omacha y reconocido a nivel mundial por su trabajo sobre estos cetáceos y los ríos que los albergan. Su objetivo más ambicioso fue hacer un balance poblacional de la especie en el Casiquiare.
“La cantidad de toninas que observamos fue mayor al censo realizado hace diez años. Eso no significa que la población aumentó, sino que aplicamos una metodología más eficiente y tecnología más sofisticada”, me cuenta Briceño y agrega que esta expedición es pionera en el uso de sensores remotos para rastrear a esta especie en Venezuela.

Esas condiciones hidrográficas han ido cambiando en los últimos años. Según el geoportal científico latinoamericano MapBiomas, un total de 1.020 hectáreas cubiertas de agua en 1985 pasaron a ser bosque en 2023. Otras 3.387 hectáreas que en 1985 eran bosques pasaron a ser cuerpos de agua en 2023.
Esto significa que en la cuenca ocurre lo contrario a las regiones donde la sequía desaparece ríos a mansalva. Pero este cambio no ha sido favorable, todo lo contrario.

El impacto lo recibe la biodiversidad, pues muchas especies son susceptibles a las anomalías climáticas, entre ellas las toninas.
Briceño me explica con preocupación las implicaciones: “En tiempos de sequía, las toninas se mueven por el cauce principal, pero cuando hay mucha agua en la cuenca, producto del aumento de las lluvias, buscan otros caños que no suelen transitar”.
El aumento de los casos de toninas varadas de los últimos años no solo en el Casiquiare sino en toda la Orinoquía, se debe a la alteración de caudales.
“Las toninas saben diferenciar las temporadas lluviosas de las sequías. Su organismo está adaptado para eso. Si llueve cuando debería haber sequía, las toninas se descontrolan y no distinguen los caños con suficiente agua. Entonces quedan varadas y mueren”, agrega Briceño. La muerte de estas toninas y las del Tefé forma parte de un mismo problema.

Los impactos del cambio climático
Luego de haber consultado con fuentes como García, Brewer Carías, Silva y Briceño, que me ayudaron a entender distintos aspectos de la cuenca y la penillanura, volví a revisar la línea de tiempo en MapBiomas y encontré otro dato clave: MapBiomas clasifica al Casiquiare como la séptima cuenca venezolana con más cambios entre 1996 y 2023. Durante este periodo ganó 2.507 hectáreas de espacio acuático. ¿La razón? La alteración en la frecuencia e intensidad de las lluvias provocadas por el cambio climático.

Los datos indicaron que, a partir de 2008, se han producido picos máximos y mínimos en los caudales de la cuenca, es decir, momentos en los que fluye mucha agua y momentos en donde disminuye de manera drástica. En 2010, por ejemplo, había 35.664 hectáreas de espacio acuático. Solo dos años después, esa cifra aumentó a 46.290 hectáreas.
La revelación me resultó preocupante. Quizás valdría la pena contrastarla y complementar el análisis con otra base de datos que había obtenido durante mis tiempos como funcionario público.
Esos datos tenían vacíos por las debilidades de la red de estaciones meteorológicas que los capturaron. Por lo que los científicos Luis Cattelan y Maria Luiza Busato, de la Universidad Federal de Santa Catarina y la Universidad Estatal de Campinas respectivamente, que ahora cursan el programa de formación de ecología cuantitativa del Instituto Serrapilheira, crearon un modelo de simulación que reconstruyó los datos faltantes.

La reconstrucción me permitió identificar un conjunto de anomalías climáticas. Por ejemplo, en 2023 llovió en un período que debió haber sido seco; apenas un año después, en 2024, se produjeron sequías durante períodos históricamente lluviosos.


El aporte de los científicos brasileños terminó de validar la hipótesis que nació de mis preocupaciones cuando surcaba los cielos del Casiquiare: el cambio climático estaba golpeando a la cuenca.

La deforestación y la minería también golpean los bosques
La imagen que se había quedado en mi memoria del sobrevuelo, incluía varios parches de bosques talados. Eran bosques que jamás habían sido intervenidos, esos a los que los científicos llaman “bosques primarios”. ¿Qué tanto había avanzado la deforestación sobre los bosques primarios?

La plataforma Global Forest Watch expone que, en las dos décadas entre 2002 y 2023, en la unión Casiquiare-río Negro se deforestaron, al menos, 3.070 hectáreas de bosque primario.

La importancia de los árboles amazónicos es que son contenedores de dióxido de carbono (CO2). Pero cuando son talados, todo ese CO2 va a la atmósfera y altera los ciclos naturales a escala planetaria.

Según Global Forest Watch, la deforestación en la unión Casiquiare-río Negro, entre 2001 y 2023, emitió 2.870.000 toneladas de CO2 equivalente, una cifra que resulta irrisoria comparada con los 300 millones de toneladas que el bioma amazónico emite al año en su conjunto, pero que no le resta gravedad al asunto.
Una de las causas de la deforestación en esta zona es la minería ilegal.
Hubiera querido constatarlo con mis propios ojos, pero ante la imposibilidad de viajar de nuevo, hable con alguien que estuvo en San Carlos de Río Negro en 2024. Esta persona visitó, además, las cercanías del Parque Nacional Cerro Yapacana, ubicado a 150 kilómetros del Casiquiare. Allí constató la escalada minera. Me dio su testimonio con la condición de que resguardara su identidad para evitar represalias por parte del gobierno venezolano y de los grupos criminales que operan en la zona.
“En ese viaje recogí testimonios de personas que han hecho minería en el Yapacana. Es una forma de sustento fácil. El Yapacana es la caja registradora del estado Amazonas. El que tiene necesidad se hace una temporada allí”, me cuenta.

La fuente descubrió que, en la cima del tepuy, hay toda una infraestructura inverosímil de bares, discotecas y billares, incompatible con la dinámica ambiental y la cosmogonía ancestral originaria.
“En la memoria de los pobladores está fresca la ‘Operación Autana’ [incursión militar que desalojó mineros ilegales en diciembre de 2022]. Lo recuerdan como algo violento y traumático. Lo que percibo es que la mayoría de quienes han ejercido la minería en el Yapacana no son criminales. Quien dirige la mina lo es, pero el minero común está buscando el sustento”, me explica.

Jaime García, el miembro Baré que conocí en San Carlos de Río Negro, me aseguró que, al igual que en Yapacana, en el Casiquiare también hay minería.
“Hay minería en la ribera del Guainía, del Siapa y del Pasimoni. Está a la vista, tampoco es que sea algo nuevo. Eso tiene más de cuarenta años, y aunque no es tan agresiva como en Las Claritas o El Dorado [estado Bolívar], también degrada nuestro Casiquiare”, agrega García.
Su pueblo está perdiendo a sus hijos. La minería es la destrucción ambiental, pero también es la pérdida de valores de los Baré y demás pueblos indígenas. Muchos decidieron irse a la mina y sucumbieron ante la droga, el alcohol y la prostitución.
Un trabajo del portal venezolano ArmandoInfo, publicado en 2022, identificó 42 pistas de aterrizaje clandestinas en los 3.718 puntos mineros entre Bolívar y Amazonas. Una de ellas estaba cerca de la confluencia Siapa-Casiquiare.

Motivado por el hallazgo de ArmandoInfo, busqué imágenes satelitales recientes de Copernicus, el programa aeroespacial de la Unión Europea. Encontré la pista del Siapa y la vi activa, por lo menos, hasta el 4 de marzo del 2024. En otra imagen del 18 de agosto de ese año la pista ya no logra distinguirse con claridad, por lo que es posible que haya sido desactivada. Imágenes de septiembre (2024), marzo y abril (2025), tampoco muestran la pista.

En el municipio Río Negro de Amazonas hay presencia de grupos criminales colombianos que se hacen llamar disidencias de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), una guerrilla histórica desmovilizada en 2016, y garimpeiros [mineros brasileños], según información facilitada por la ONG venezolana SOS Orinoco. Estas bandas usan pistas clandestinas y su presencia se sitúa en los ríos Siapa, San Miguel, Pedaraguén, Pimuchín, Irene, Daniacushím, Denarikén, Lapa, Vanisa y Amariquén.
Minería en la cuenca del Casiquiare. Cartografía: VE360 con información de SOS Orinoco
Son los hombres —los garimpeiros, los grupos criminales colombianos, los deforestadores que usan combustibles fósiles— los que están amenazando el Casiquiare.
Así que cualquier estrategia de preservación de esta cuenca pasa por entenderla como un hecho complejo que amerita soluciones sistemáticas y ninguna aislada va a funcionar. Atacar la minería implica dar respuesta a la deforestación, y viceversa. Conservar a las toninas pasa por involucrar en el proceso a los pueblos indígenas. Estas soluciones deben ser simultáneas y complementarias; la estrategia más efectiva para ello es la guardería ambiental, pero ésta amerita grandes dosis de voluntad política que hoy Venezuela no tiene.
“El fin de nuestra misión era fijar astronómicamente al Casiquiare. Se frustraría ese objetivo si nos faltaba el sol y las estrellas”, decía Humboldt en 1800. La Venezuela actual hace que se necesite mucho más que astronomía para navegar a través del Casiquiare como lo hizo Humboldt, pero se puede seguir convocando el eco de su voz para mantener vivo el deseo de hacerlo.
Atardecer a orillas del río Negro en noviembre de 2023. Video: Reybert Carrillo
Este reportaje es resultado de una colaboración entre periodistas y científicos latinoamericanos, impulsada por el Instituto Serrapilheira de Brasil y el Centro Latinoamericano de Investigación Periodística (CLIP), para explorar como daños a la biodiversidad de la Amazonia perturban los distintos servicios ambientales que ésta proporciona al continente.